lunes, 13 de julio de 2009

The Truman Show

¿Qué pasaría si a un individuo le producen un mundo aparte, ficticio, en el que todas las personas –excepto él, que no estaría al tanto– actúan sus respectivos papeles? La película de Peter Weir (Testigo en peligro, La sociedad de los poetas muertos) ensaya una de las respuestas posibles. La vertiente moral de la cinta también podría tomar forma de interrogación: ¿hasta dónde tiene derecho la industria del espectáculo a manipular la vida de una persona para convertirla en un show? Y eventualmente: ¿hasta dónde son cómplices los espectadores?

Jim Carrey encarna a Truman Burbank (el nombre de pila es parte de un juego de palabras en inglés: True Man="hombre verdadero"), involuntario animador de un programa de televisión que comenzó con su nacimiento y debería terminar el día de su muerte. El Truman Show es eso, la historia íntegra, en tiempo real, de su vida. También es la más faraónica producción jamás emprendida por un medio audiovisual: miles de cámaras, un gigantesco set de filmación –eso es Seahaven, la isla en la que vive Truman– con actores principales, secundarios e innumerables extras. La corporación que promueve el show (y a la que Truman pertenece en términos legales) es un monopolio incuestionado, omnipotente, al que preside un capo mediático llamado Christof. Parco, gélido, de mirada penetrante, mezcla de empresario con gurú, siempre vestido de negro, así es el personaje que compone Ed Harris...La posibilidad de que una persona sea jurídicamente poseída por una corporación implica que las clases dominantes lograron desarrollar al máximo sus ya abultados recursos para engatuzar a la ciudadanía. Esto no comulga con la enfática perfidia que Christof esgrime en cada una de sus apariciones públicas.

Los espectadores palpitan las vicisitudes de Truman como si fueran propias. Viven más en él que en sus propias vidas. Pero lo cierto es que en el Truman Show, lo único real es él mismo. Y lo real, en Truman, es que vive inmerso desde hace 30 años en la más grande construcción argumental. Sus circunstancias reproducen cualquier cosa menos la experiencia cotidiana de la "gente común", esto es, del público. Lo cual se encuentra en contraposición de lo trágico y bizarro, que es lo que eleva los ratings de los todavía vigentes reality shows. Estos se alimentan de lo anormal (brutal, conflictuado, extremo) de las almas reales que exponen, mientras que la esencia del show de Truman pasa por la normalidad –caricaturesca, pero normalidad al fin– que le fabrican al protagonista. ¿Serán los espectadores del futuro, prolongación de los de hoy, lisos y llanos imbéciles? El personaje de Natascha McElhone (la única que se escandaliza) no altera este panorama. Antes bien, es la heroína individual, esclarecida, que certifica la estolidez de todos los restantes.

Más allá de su extensión, la primera etapa del film alcanza singulares climas: mucho antes de conocer las claves de lo que acontece, el espectador es invitado a contemplar a Truman como si se tratase de un ciudadano corriente. Simultáneamente aflora una inquietante sensación de irrealidad, casi de magia. En parte gracias a los encuadres (muchos de los cuales, se sabrá después, corresponden a las cámaras de TV), en parte por los chivos publicitarios que se cuelan en el show, en parte por la escenografía excesivamente impecable, que es la de la falsificación.

No es dable develar la suerte que le espera a Truman Burbank, pero casi nadie sale airoso de The Truman Show. Si los que miran a Truman conforman una amarga galería de cómplices (el muestrario es consabido y bruto: el viejo que mira TV en la bañadera "representa" a todos los viejos, las camareras del bar a las chicas que trabajan, el par de ancianas a las solteronas, etc.), quienes trabajan en el show encarnan a una nutrida fuerza laboral... compactamente doblegada por la farsa.¿Será a causa del dinero que les pagan? ¿Será porque se tragaron el sapo de la obediencia debida? ¿Será por la reforma laboral... ? La película no se toma el trabajo de responderlo, y eso queda estratégicamente en la mente de los espectadores.

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No tengo mucho para agregar. Es un PELICULÓN, al que no le encuentro falencias, ni contras. Muestra el consumismo casi ignorante de las masas. La insensibilidad y el individualismo reinante en nuestra sociedad.
La última escena realmente es monumental: diálogo entre crador y creación.
Realmente, veanla.

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